Cuatro veces al año el calendario marca un evento especial. Cada seis meses el día y la noche duran lo mismo, doce horas: son los equinoccios. Y en el medio, el recorrido del Sol en el cielo llega a su límite: son los solsticios. Esos fenómenos llamaron la atención de los hombres desde tiempos inmemoriales, que intentaron señalarlos en sus calendarios primitivos. Así, levantaron piedras y dejaron señales, muchas de las cuales todavía se pueden ver.
Pero hay marcas de este tipo que fueron realizadas en tiempos más modernos y que son prácticamente desconocidas. Una de ellas está en la provincia de Buenos Aires, en la ciudad de Laprida.
El 21 de marzo y el 21 de septiembre, si el visitante se para al frente del ciclópeo portal del cementerio diseñado por Francisco Salamone, verá salir el astro rey alineado exactamente con la diagonal que llega desde la avenida San Martín. No es la única señal astronómica que dejó el enigmático ingeniero, del que hoy en día se desconocen, todavía, muchas cosas.
La alineación del portal del cementerio lapridense con el Sol durante los equinoccios le fue revelada a este cronista durante unas jornadas salamónicas allá por 2014. No se puede hablar de casualidad: Salamone modificó la ubicación de la entrada del camposanto -el acceso original quedó a un costado con su magnificencia decimonónica- y mandó construir la diagonal que conduce a los pies de la cruz de más de 30 metros de altura.
En los equinoccios, además de que los días duran lo mismo, el Sol sale y se pone en puntos diametralmente opuestos en el horizonte. Así que el ocaso es otro momento dramático, con el astro ocultándose detrás de la entrada del cementerio si se lo mira desde la diagonal.
En el momento de conocer este dato, a primera vista tan curioso, apareció la idea de dilucidar si este cementerio era el único lugar de los creados por el ingenio de Salamone donde se cumplía una alineación astronómica. Hay varias herramientas informáticas que permiten calcular con absoluta precisión la posición de un objeto celeste en cualquier momento dado. Cuando esos programas fueron aplicados con este propósito salamónico aparecieron dos eventos más, también relacionados con cementerios, y que seguramente fueron imposibles de descubrir para los contemporáneos.
El complejo de obras salamónicas de Laprida, que incluyen el cementerio, el edificio municipal, el corralón, el matadero y la plaza Pedro Pereyra, se terminó de levantar hacia 1938. Mientras tanto, se construía bajo la dirección del ingeniero en muchos otros distritos bonaerenses.ç
Mirada hacia el ocaso
En Azul está la que quizás sea la obra más famosa de Salamone: el portal del cementerio, con la figura hierática del arcángel San Miguel. La estatua, a la que todavía muchos llaman erróneamente “el ángel exterminador”, también tiene la mirada hacia un punto determinado del cielo en una fecha precisa. Se trata del equinoccio, como en Laprida, pero con la particularidad de que está orientado al revés. Es decir, el rostro del ángel mira hacia el Sol poniente, y se alinea con suma precisión tanto el 21 de marzo como el 21 de septiembre.
La otra obra de Francisco Salamone con vinculación astronómica es el portal del cementerio de Saldungaray, un pequeño pueblo en el partido de Tornquist. Esta construcción monumental consiste en un disco con una cruz y la cabeza de un Cristo doliente en la intersección de los brazos vertical y horizontal. Es una figura que ha merecido muchas interpretaciones a lo largo de las décadas; una de ellas afirma que el círculo y la cruz representan una ruleta estilizada, y simbolizan el calvario del mismo Salamone, adicto a los juegos de azar.
Pero se arriesga otra hipótesis que tiene que ver con la manera en que el portal aparece alineado con el Sol en un momento muy particular del año. En efecto, alrededor del 21 de junio, el solsticio de invierno en el hemisferio sur, el astro rey desaparece justo frente al portal de la necrópolis de Saldungaray. En las cosmologías de los pueblos antiguos, el solsticio de invierno era visto como el momento de la muerte y resurrección del Sol, ya que se trata del día más corto del año, y a partir del amanecer siguiente la luz solar comienza a durar más.
Entonces, es posible que el disco de hormigón armado de Saldungaray represente al Sol que muere y resucita, como Cristo.
Mensaje secreto y discreto
Más arriba se afirma que se sabe muy poco de Salamone. Se han perdido prácticamente todas sus notas sobre sus obras y por eso hay tanta especulación. Una de las preguntas que muchos se hacen es si el ingeniero, como muchas personalidades de la época, estaba iniciado en la masonería. Sus obras, cargadas de extrañeza, parecen en algunos casos representar algo secreto, solo accesible al que tenga la llave de ese conocimiento. Como, por ejemplo, la inescrutable expresión del arcángel de Azul, o el recién mencionado disco de Saldungaray.
Si se tiene en cuenta la veneración que tienen los masones por la geometría y la astronomía, se puede pensar que alguna vinculación existe entre esta sociedad secreta -o, mejor dicho, discreta- y el pensamiento salamónico. Y que de allí nacen las alineaciones de las portadas de estos cementerios con los solsticios y los equinoccios.
Quizás, llevando un paso más allá estas especulaciones, falta una tercera etapa del conocimiento salamónico. En un primer momento se construyeron las obras y se encerró un posible mensaje; ahora, gracias a la informática, se hallaron las alineaciones de los portales; y en un hipotético futuro se encontrará el “texto” encerrado.
Todo es posible. Mientras tanto, en seis meses ocurrirá de nuevo: el equinoccio de otoño el Sol volverá a alinearse con los cementerios de Laprida -al amanecer- y Azul -al ocaso. Y tres meses después, morirá frente al disco de Saldungaray. El ciclo seguirá, eterno. (DIB)
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